¡A las profas con cariño!

¡A las profas con cariño!

     La semana pasada conversé por teléfono con mi amigo Luis Colina, con quien suelo conversar sobre temas del idioma español, en virtud de que maneja con gran facilidad el asunto lingüístico. Me llamó para decirme que en  un colegio de la zona rural del municipio Turén, en donde una hermana suya es docente, han instruido a los educadores y al personal administrativo sobre la obligación de sustituir el nombre acortado “profe” por “profa”, pues este último es el adecuado para el sexo femenino, toda vez que el primero es discriminatorio. Nos produjo risa, pero la risa de un chiste bobo, dado que el autor de la “brillante” idea no tiene la mínima noción de la estolidez en que incurrió y en la que incurren  todos los que piensen de igual manera. Sobre este tema hablé hace varios años, por una amable sugerencia de la licenciada Evelyn Rodríguez, quien preocupada por la proliferación de “profa”, me pidió que escribiera un comentario.
     Hoy es propicia la ocasión para volver a referirme a esa situación, pues si bien es cierto que la intención es utilizar un nombre que concuerde con el sexo, utilizan uno que no corresponde. Y no es un caso aislado el de la aludida escuela de Turén, toda vez que en la universidad en la que curso estudios de Comunicación Social, en la plataforma de la que disponemos para desarrollar las actividades a distancia, a las docentes las llaman “profas”.
     Siempre se ha utilizado el acortamiento “profe”  para el profesor o la profesora, el  cual se convirtió  en un trato familiar y afectuoso, muy usado en el bachillerato,  en la universidad y también en el habla cotidiana, y de ninguna manera constituye un trato despectivo, menos aun discriminatorio para las damas, tal como han querido demostrarlo. Quienes hayan leído a Ángel Rosenblat, podrán dar fe de que a él no le gustaba el uso de “profe”, pues  lo consideraba  como una falta de respeto; pero ese era su parecer, que por supuesto no tendría que ser compartido por los demás. Quizás en una época pudo haber tenido un rasgo peyorativo; pero hoy día es la forma de referirnos a los docentes.
     Era común oír, sobre todo cuando alguien salía aplazado en una materia de las denominadas “las tres Marías”: “El profesor de Matemáticas me la tiene aplicada”;  o: “La profe de física goza aplazando a los alumnos”.  Aunque eran expresiones de inconformidad, no tenían ningún matiz denigrante. Es encomiable que en los actuales momentos se pondere el hecho de darles a las damas el trato que se merecen; pero debe hacerse sobre la base de algo genuino y que no riña  con las normas y el buen gusto. Lo de profa es un exabrupto, como lo es también el hecho de prohibir el uso de la palabra “concientizar”, dizque porque la adecuada en “concienciar”. Ya casi no se habla de “alumno”, porque supuestamente esa palabra significa “sin luz”. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante idiotez?
     Respecto de profa, existen varias razones lingüísticas que hacen desaconsejable su uso. Por una parte, profe es un acortamiento, tanto de profesor, como de profesora. El resultado de este acortamiento, además, es una voz terminada en “e”, apoyado por  el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), que señala que los sustantivos que terminan “e”, tienden a funcionar como comunes en cuanto al género, es decir, con una sola forma para masculino y femenino, en consonancia con los adjetivos de esa misma terminación: afable, alegre, pobre, inmune, etc. Se dice  el amanuense o la amanuense; el conserje  o la conserje; el orfebre o la orfebre; y el profe o la profe. ¿Entonces, cuál es el problema?  
     Eso de cambiar “profe” por “profa”, es como pretender que al hombre que ejecuta el arpa, el cuatro, el bajo; o al que se desempeña como comunicador social, se les llame arpisto, cuatristo, bajisto o periodisto.
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