Acuartelamiento y algo más
acuartelamiento
y algo más
Semanalmente recibo
misivas con interesantes inquietudes sobre las cuestiones lingüísticas, a las que les he dado respuesta oportuna;
pero varias han quedado relegadas. En unos casos la
solución ha sido relativamente fácil; en tanto que en otros ha habido necesidad de emplear mucho tiempo y de disponer de una bibliografía
especializada, en función dar la
respuesta adecuada. Por correo electrónico, facebook, twitter o de forma
personal recibo consultas sobre temas del
lenguaje oral y escrito, sobre todo del que se emplea en los medios de
comunicación social; desde simples problemas de ortografía hasta complicados
planteamientos gramaticales, cuya respuesta no es fácil de ofrecer, habida
cuenta de que no soy catedrático ni filólogo, sino un aficionado del buen
decir, que dedica parte de su tiempo a indagar sobre el apasionante mundo de las letras.
Me complace que a la luz de los aportes
que cada lunes aparecen en Nuestro Idioma, muchas personas hayan disipado sus
dudas y su redacción haya mejorado. Cada día aumenta la cantidad de personas
que se autocalifican como asiduas lectoras de esta columna, y de manera
espontánea solicitan ser incluidas en la lista de contactos, para recibirla en
el buzón de correo electrónico de manera regular. Eso demuestra que el esfuerzo
en estos casi veinte años no ha sido en vano, a pesar de los naturales
detractores, que no han entendido que las ideas se combaten con ideas.
Mi amigo César Bello hace más de un año me
consultó sobre la palabra, acuartelamiento, usada en el ámbito castrense y en
los cuerpos uniformados, para significar
la acción de reunir la tropa o miembros
de una institución armada, en prevención u otra razón. El caso más común
que se presenta en Venezuela, se puede observar en tiempo de comicios, en los
que el Plan República asume el control de la Fuerza Armada y de los cuerpos policiales. Se ordena el
acuartelamiento, como una forma de estar atentos ante cualquier eventualidad.
La inquietud de César es la misma que pudiera tener otra persona, pues en muchas ocasiones ha aparecido
“encuartelamiento” y no acuartelamiento. La confusión está en asociarla con las
palabras que contienen el prefijo de negación “a”: amorfo, anormal, afónico,
apolítico, analfabeto, acromático, anestesia, asimétrico, afónico, arritmia,
anosmia, anorexia, anaerobio, etc. Este no es el caso de acuartelamiento, pues
la “a” que contiene, no es un prefijo. El mismo criterio es aplicable a
vocablos con estructura similar: abanderar, abaratar, abarcar, abotonar, abrochar, aceitar, acondicionar, acoplar,
aplacar, amansar, amarrar, acampar, acompañar, entre otras. Un prefijo es un
término que antecede a una palabra para modificar su sentido gramatical.
Hace pocos días sostuve una amena
conversación telefónica con mi amigo Rafael “Pepe”, columnista, periodista,
preocupado por las cuestiones del idioma y lector de esta columna, a quien le ha llamado la atención el uso
frecuente de la expresión “deleite su paladar”. Brevemente le di una
explicación y hoy lo hago de manera pública, con la finalidad de que, si hay
otras personas con la misma duda, puedan disiparla. La frase es válida, aunque
el órgano de la gustación es la lengua, que en todo caso sería a la que se
pudiera deleitar, según mis conocimientos de anatomía elemental del
bachillerato. Se habla del paladar, pues debajo de este está la lengua.
Deleitar la lengua pudiera tener una connotación obscena, vulgar y aun
insolente, por lo que por asociación y con base en una figura retórica llamada
metonimia, es preferible hablar de
paladar.
Otro lector de esta columna, el señor
Pedro Mendoza, me consultó recientemente sobre la palabra “chance”, muy
utilizada por narradores y comentaristas, especialmente argentinos, según su
opinión. Sobre esta no existe mayor documentación. De hecho, el Drae da una
definición muy escueta. Lo importante es saber que es un vocablo que proviene
del francés, que se ha españolizado y que no se debe abusar de él, pues para
eso existen los sinónimos. Ahora, una
cosa son los vocablos que se han lexicalizado, y otra la imitación torpe y
servil en las que muchos incurren al usar términos de otras lenguas, en
detrimento de la nuestra. A esa actitud,
según el profesor Alexis Márquez Rodríguez en uno de sus libros de la colección
Con la Lengua, el doctor Mario Briceño Iragorry la llamó pitiyanquismo.
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