varias dudas (y III)


          Tal como lo anuncié la semana pasada, hoy concluye esta serie, con otros ejemplos sobre el uso de  mayúsculas y minúsculas,  expresiones que contienen errores gramaticales y con “aperturar”, muy arraigado en el vocabulario de los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Sobre este último punto he perdido la cuenta de las veces  que lo he comentado en esta columna, sin tomar en cuenta las ocasiones en las que lo he tratado  en charlas y talleres dictados a profesionales de la comunicación y educadores, como parte del muestrario  de vicios casi indesarraigables y que convine conocer para evitar su uso. Como era de esperarlo,  lo de  “ropa casual”   produjo una reacción, y me  complace  darle respuesta a Luis Enrique Colina, antiguo compañero de labores en la siempre recordada empresa estatal Cadafe, quien en una amena, respetuosa e inteligente misiva, me remite un material bibliográfico en el que se plasma una suerte de aval para el uso de lo que para mí y para  muchos es una malhadada expresión. No tenía previsto volver a hablar de “ropa casual” o expresiones análogas; pero la importancia de la inquietud de  Luis lo sugiere, habida cuenta de que la función de esta columna es darle respuesta a las inquietudes, en aras de disipar las dudas.       
         Lo primero que debo decir, sin  desmerecer la opinión de mi estimado excompañero de labores, es que “ropa casual” no es una expresión de la jerga comercial, sino un vicio que se arraigó en nuestro vocabulario, en sustitución de una  legítima, como lo es  ropa informal. Hoy día, por desconocimiento o por imitación servil del inglés  quizás, se le llama casual a todo lo que no es elegante en el vestir. Y cuando digo que pudiera ser una imitación servil, me baso en el hecho de que en ese idioma el antónimo de formal lo designan (no estoy seguro) con una palabra más o menos parecida gráficamente  al casual español, que entre otras cosas define lo que sucede por casualidad.  Existen, es muy cierto, las jergas, que permiten la comunicación eficaz entre quienes ejercen el mismo oficio;  pero no tiene sentido  que un periodista, por ejemplo,  emplee en su conversación diaria  palabras y expresiones que solo las entenderían sus colegas. Ropa casual, apreciado Luis,  no es un término de la jerga comercial, como muchos han pretendido hacer creer, sino un vicio que lamentablemente se arraigó en el vocabulario,  y  si queremos llamar las cosas por su nombre, debemos evitarlo.  Nadie  viste casualmente, sino informalmente, a menos que, como lo dije la semana pasada, se lo pase desnudo o desnuda  y en un día cualquiera se coloque ropa. 
           Con lo de las letras mayúsculas y también minúsculas, he insistido en mostrar ejemplos sencillos que contribuyan a aclarar las dudas. Muchos redactores tienen problemas para saber lo que es un nombre propio y un nombre común, y en consecuencia, hasta el propio lo escriben con inicial minúscula.  Otros puntos sobre mayúsculas y minúsculas sugieren   que la palabra  Dios debe ir con inicial mayúscula, como también los  atributos divinos: Redentor, Mesías, Todopoderoso, Creador, Padre,  Consolador,  etc. La numeración romana se escribe  con letras mayúsculas, y se emplea para significar el número con que se distinguen personas del nombre que acompaña, como Pío V, Fernando III. El número de cada siglo, como el actual: “En el siglo XXI  ha marcado el despegue de las innovaciones tecnológicas”. También es frecuente para indicar el número de un tomo, libro, parte, canto, capítulo, título, ley, clase y otras divisiones, y el de las páginas en los prólogos y principios de un volumen. No está demás repetir que cuando no encabecen párrafo o escrito, o no formen parte de un título, se  escribirán con minúscula inicial los nombres de los días de la semana, de los meses, de las estaciones del año, de los gentilicios y de las notas musicales.
            En cuanto a las palabras y frases que contienen errores gramaticales y sintácticos, les recuerdo que no debe colocarse la preposición “a” después del verbo acostumbrar seguido de infinitivo: “Acostumbro merendar a las siete”. En cambio, debe usarse antes de este verbo si se utiliza en participio: “Estoy acostumbrado a orar antes de dormir”. La frase “a proposito” significa ser conveniente a su destino o función; en tanto que “de propósito” es algo que se ha hecho con intención deliberada.
         Por falta de espacio en esta columna de hoy, lo de  “aperturar”, muy de moda en la redacción periodística, lo   comentaré en la venidera entrega, dado que es necesario analizarlo en profundidad, con la intención de verificar su procedencia y explicar las razones por las que  no conviene usarlo. Aperturar no es, como piensan algunos, una novedad lingüística; pero eso será materia para el lunes que viene. 
@nuestroidioma65
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