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Mostrando entradas de mayo, 2015

¡A las profas con cariño!

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¡A las profas con cariño!       La semana pasada conversé por teléfono con mi amigo Luis Colina, con quien suelo conversar sobre temas del idioma español, en virtud de que maneja con gran facilidad el asunto lingüístico. Me llamó para decirme que en  un colegio de la zona rural del municipio Turén, en donde una hermana suya es docente, han instruido a los educadores y al personal administrativo sobre la obligación de sustituir el nombre acortado “profe” por “profa”, pues este último es el adecuado para el sexo femenino, toda vez que el primero es discriminatorio. Nos produjo risa, pero la risa de un chiste bobo, dado que el autor de la “brillante” idea no tiene la mínima noción de la estolidez en que incurrió y en la que incurren  todos los que piensen de igual manera. Sobre este tema hablé hace varios años, por una amable sugerencia de la licenciada Evelyn Rodríguez, quien preocupada por la proliferación de “profa”, me pidió que escribiera un comentario.      Hoy es propicia la

Extranjerismos

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Extranjerismos      Quienes me conocen y han leído esta columna, pueden dar fe de que no soy muy dado a utilizar palabras de otros idiomas, pues prefiero las del nuestro, al que le he dedicado gran parte de mi vida. Eso no significa que sea xenófobo ni  sienta animadversión por lo que proceda del exterior, dado que a veces es indispensable apelar a ciertos recursos lingüísticos foráneos para comunicarnos. De hecho, el idioma español está amalgamado con palabras y expresiones que llegaron de otras latitudes y que posteriormente se lexicalizaron. En varias ocasiones me he referido  al tema, y hoy volveré sobre él con la intención de dejar claro que no cuestiono el uso de palabras  foráneas por el mero hecho de serlo, sino el abuso en el que incurren algunas personas, que  por ignorancia o colonialismo lingüístico, desechan  lo nuestro. A eso,  Mario Briceño Iragorry lo  llamó pitiyanquismo y lo definió como la imitación servil de las costumbres y modo de ser de los estadounidenses

¡Una vez más el cuarto árbitro!

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¡Una vez más el cuarto árbitro!       No soy comentarista deportivo ni p retendo usurpar la función de quienes  se desempeñan en esa faceta de la locución, en la que lamentablemente abundan los disparateros, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente. Hago esta salvedad en virtud de que el año pasado escribí una crítica sobre la pobreza del lenguaje deportivo e inmediatamente saltaron algunos que se sintieron aludidos y quisieron desvirtuar el comentario; pero no mostraron argumentos, sino que recurrieron al descrédito y a otras acciones que desdicen de su condición de comunicadores sociales del micrófono. Incluso, unos intentaron persuadir a un supuesto gremio de locutores deportivos, a pronunciarse en mi contra, pues habían sido ofendidos. Hoy, a riesgo de las reacciones que pudiera motivar este artículo, debo decir que no son muchas las contribuciones que los comentaristas y narradores deportivos le hacen al lenguaje. Y a los que, luego der leer est

¿Mata e hiere? ¡No lo creo?

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¿mata e hiere? ¡no lo creo?      Muchas veces por el deseo de hacer las cosas bien, y que además es nuestra obligación moral, incurrimos en errores por tratar de evitarlos. Esa práctica es muy común en el lenguaje escrito, y ocurre con mucha frecuencia, sobre todo en periodistas de sucesos que, en aras de que su relato quede impecable, sin darse cuenta caen en impropiedades por querer evitarlas, máxime cuando narran situaciones en las que algún sujeto le causa heridas a alguien y a la vez mata a otro u otros. El fenómeno se conoce como ultracorrección, y voy a explicarlo con el ejemplo que sirve de título a este artículo, dado que de cuando en cuando algún fulano “mata a una persona  e hiere a varias”.           Antes debo responder una inquietud del colega locutor y compañero en el quehacer de la palabra, Alí Domingo Oviedo, quien desde hace varios días me había sugerido que hablara sobre la palabra alternativa, y por razones de tiempo no había podido dedicarme al tema. La

¡No aperture su cuenta, ábrala!

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                                           ¡No aperture su cuenta, ábrala  En el bachillerato nos han enseñado que las palabras surgen por derivación o por composición. Sin embargo, hay muchas personas que, de manera muy ingenua, piensan que la Real Academia Española, reunida en un salón, es la que acuña las palabras. Nada más lejos de la realidad, toda vez que el único creador es el pueblo hablante, que por necesidad expresiva, las inventa. A finales de los años ochenta apareció el fax e inmediatamente hubo la necesidad de adoptar un vocablo que designara la acción de hacer y enviar copias por medio del hilo telefónico. De allí nació el verbo faxear. Más tarde llegaron el chat y el twitter, y fue impostergable crear los verbos chatear y tuitear, que  por cierto aparecen en la más reciente edición del Drae, bautizada en octubre del año pasado. En la entrega de hoy voy a referirme una vez más a la palabra aperturar, que muchos consideran una invención lingüística y la usan en s