Yo me llamo

yo me llaMO

          Se inicia una nueva etapa de Nuestro Idioma, que en este año cumplirá 20 y en el que, con la ayuda del Dios Todopoderoso, haré una compilación de los artículos en los que se han tratado casos de mayor recurrencia en errores del lenguaje de los medios de comunicación y del habla cotidiana. El trabajo está un tanto adelantado y en el transcurso de estos meses estará listo para llevarlo a la imprenta y producir un texto que pueda servir de guía para aquellas personas que se preocupan por el buen decir y utilizan el lenguaje como herramienta básica de trabajo, así como para estudiantes de secundaria y universitaria, especialmente de Comunicación Social, área en la que es fundamental un manejo relativo de las cuestiones elementales de la lingüística. No se concibe un comunicador social que no sepa identificar las palabras por la índole del acento.

         En esta primera entrega de 2014 voy a referirme una situación que ya hace algunos años abordé en esta columna, pero que dada la cantidad de dudas que existen a su alrededor, es prudente y necesario volver sobre ella, esta vez motivado por una amable sugerencia de mi hermano Luis Enrique Colina. Les aclararé el asunto sobre la expresión “yo me llamo”, que ha generado innecesarias polémicas que muy bien pueden ser resueltas con el uso de un buen diccionario. Además, les hablaré de CONCEJO y CONSEJO, que muchas personas no saben diferenciar. Una vez más les comunico que quien haya dejado de recibir esta columna por correo electrónico y desee recibirla de nuevo, solo podrá manifestarlo con una misiva, y en lo sucesivo la tendrá regularmente. Asimismo, los que deseen formar parte del grupo de lectores de este espacio de divulgación, podrán solicitarlo de la misma manera.

         Es posible que ustedes, amigos lectores, en varias ocasiones hayan tropezado con esos espontáneos del lenguaje que, con aires de suficiencia y con la intención de ridiculizarlo, le hayan dicho que las personas no se llaman, sino que las llaman, y para tal efecto esgrimen un argumento que no resiste el mínimo análisis. Algo parecido ocurre con el bendito vaso de agua, que algunos cuestionan dizque porque los vasos no están hechos de agua. De ser cierto lo que argumentan, no podríamos hablar de “ventiladores de techo”, “mesa de noche”, “reloj de pared”, “cocina de gas”, “plato de sopa”, “una copa de vino”, “policía de pista”, “vigilante de tránsito”, entre otras expresiones parecidas.

         Son perfectamente válidas las expresiones “Yo me llamo Jesús Daniel”;       “El nuevo director se llama Pedro Pérez”; “Ella se llama Cristina”, aunque por supuesto, no tengamos la posibilidad de llamarnos nosotros mismos. Veremos por qué. La validez de “yo me llamo” está consagrada en la acepción 12 del verbo llamar, que copiada a la letra dice: “Tener el nombre o la denominación que se expresa”. Con esa definición no debería haber dudas y usted estaría en capacidad de refutar cualquier cuestionamiento de la referida frase y formas parecidas. El verbo llamar, en ese caso, se torna reflexivo. Yo me llamo es además un programa del canal colombiano Caracol, cuyo es objetivo es la búsqueda del mejor imitador de su artista musical favorito, a través de audiciones y presentaciones en vivo. Está inspirado en programas similares, como “Lluvia de estrellas, de España; y “Yo soy”, de Chile. En resumen, las personas se llaman y las llaman.

         Lo de concejo y consejo se resuelve fácilmente con recordar que el único que se escribe con “c” es el municipal, lo cual no ofrecería ninguna dificultad para hacer un uso apropiado de uno u otro vocablo. El concejo (con c) tiene un origen histórico un tanto enrevesado que se localiza en la Reconquista española; pero no es necesario citarlo, a menos que el interés sea precisar la etimología. Según la versión más actualizada del diccionario de la Rae, concejo deriva concilium, y consejo de consilium, con aplicaciones diferentes en cada caso.

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