Narrar y comentar



narrar y comentar  

         El sábado 24 de mayo, es decir anteayer, tuve el placer junto con mi hijo Julio César, de ver el triunfo que permitió el regreso por la puerta grande, del Portuguesa FC, equipo que tiene el privilegio de haber internacionalizado al fútbol venezolano, hecho que se evidencia en los cinco triunfos y los tres subcampeonatos, que le permitieron igual cantidad de participaciones en la Copa Libertadores de América. Me reencontré  con colegas locutores, como Manuel J. Díaz y Giovanni Iabonni,  quienes tuvieron el gesto cordial de pulsar mi opinión acerca de lo que  ha sido la vida del primer cinco estrellas de Venezuela. Pude además compartir con amigos de la infancia y recordar aquella época en que el equipo rojinegro, como también se le conoce  a nuestra divisa, marcaba la pauta en el balompié rentado nacional. Me llamó la atención la gran cantidad de emisoras dedicadas a la transmisión del juego, lo cual habla por sí solo del crecimiento del oficio de narrar y comentar,  y es a eso a lo que voy a referirme, en función de hacer algunas observaciones que considero pertinentes, so pena de que dos o tres resentidos sociales, pendientes de lo que escribo, opinen lo contrario.
         Antes, cuando no podíamos ir al estadio José Antonio Páez, teníamos que conformarnos con oír los partidos por Radio Acarigua o Radio Portuguesa, que competían por ofrecer calidad en la narración y el comentario deportivos. Hoy hay más emisoras y por supuesto más narradores y comentaristas; pero ha disminuido la calidad. Sobre eso voy a emitir mi opinión, y quien tenga una visión diferente, debe tomar en cuenta que vivimos en un país democrático en el que cada ciudadano puede expresarse libremente, tal como lo consagra nuestra Carta Magna. Bienvenida la confrontación de ideas.
         En el ambiente  deportivo hay  personas que se encargan de describir y comentar las incidencias en cada disciplina, lo que se convirtió en una actividad profesional. En fútbol ha habido grandes maestros como Pedro Zárraga, Carlos José Motamayor, Turi Agüero, Andrés Salcedo (de Colombia), Benjamín Parada Herrera, Héctor González Burgos, (joven estudiante de periodismo)   José Yesid Soto Díaz, Manuel Dávila Mogollón (Manolo),  Mario Duboi, Luis Manuel Fernández,  Lázaro Candal, César  “Nanú” Díaz, Richard Méndez, Edgardo Broner, Cristóbal Guerra, Leopoldo Salazar  y Carlos Horacio Moreno. Por cierto, Carlos Horacio  vistió la camiseta rojinegra del glorioso pentacampeón de Venezuela. En Beisbol sería un pecado no nombrar a Pancho Pepe Croquer, a quien no conocí por ser ambos de épocas  muy diferentes; pero he oído grabaciones en las que el afamado locutor da cátedra de cómo se narra un partido de bésibol. En ese deporte también sobresalieron: Marco Antonio de la Cavalierie (el Musiú), Luis Enrique Arias, Delio Amado León, Carlos Tovar Bracho, Alfonzo Saer,  Reyes Medina;  al lado de Carlitos y Ton González, Carlos Alberto Hidalgo, Héctor Cordido y Humberto Acosta Gutiérrez en los comentarios. Juan Vené merece un comentario aparte. Esta mención no tiene orden cronológico, y solo la hice para mostrar que cada uno en sus espacios y en su tiempo se distinguió por su calidad profesional.       
         Ahora, la calidad de la enseñanza que dejaron esos grandes de la narración y el comentario, ha sido desvirtuada por un grupo de personas que sin ninguna preparación, y solo por el mero deseo de figurar, de la noche a la mañana se han convertido en “narradores” y “comentaristas”. Y hay que oír las supuestas narraciones y comentarios de estos personajes. No pegan una en la pronunciación de nombres extranjeros, desconocen las reglas de los deportes a los que están dedicados, utilizan un lenguaje plagado de palabras chabacanas y en la mayoría de los casos insolentes, y de paso usurpan la función  de los jueces y demás personas encargadas de impartir justicia. Lo peor de todo esto es que cuando alguien osa hacerles una observación, en seguida se inflan y sacan a relucir la cantidad de años que tienen en el oficio.  Esas personas  que gustan de exhibir los muchos  años en los que han  ejercido su profesión, son las que más incurren en errores que a veces rayan en la estupidez, pues no se preocupan por aprender, sino por imitar, y eso aunque se haga de manera magistral (la imitación), es sinónimo de poco  gusto, cero creatividad  y mucha  chabacanería. Una cosa es tomar las enseñanzas de los grandes maestros  y enriquecerlas con nuestros aportes, y otra imitarlos. Los imitadores siempre serán segundones, a menos que se trate de Julio Zabala y Rolando Salazar, que se ganan la vida en esos menesteres.

@nuestroidioma65
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