¡Vaciar la losa!

¡Vaciar la losa!


     El artículo de la semana pasada, publicado en esta columna, motivó varios comentarios positivos, por parte de personas que valoran el aporte al lenguaje,   que se ofrece en este espacio, destinado a la divulgación sobre temas lingüísticos, siempre bajo la óptica de alguien que no es catedrático del idioma, sino un aficionado del buen decir. Agradezco la deferencia que tuvieron para conmigo, las colegas periodistas Juana Inés Molina y Beatriz Quintana Mujica, a quienes estimo como dos excelentes profesionales de la comunicación social, que manejan con propiedad y elegancia el lenguaje que emplean. Da gusto leer lo que ellas escriben, y además son fieles cultivadoras de la amistad popular.  También es justo acusar recibo de una misiva de Luis Pacheco, a quien no conozco de forma personal; pero es alguien que siempre está pendiente de Nuestro Idioma, y de cuando en cuando plantea interesantes situaciones, muchas de las cuales han dado pie a artículos que han servido para, en primer lugar mostrar que hay un marcado interés por mejorar la forma de hablar y de escribir, y en segundo, para que muchas personas se aperciban de herramientas que les permitan sortear los obstáculos que comporta la escritura. No debo dejar de mencionar a José Duque, profesor de la Universidad de Carabobo, a quien tampoco he tenido el gusto de saludar en persona; no obstante, mantenemos un intercambio epistolar, que a ambos nos ha servido para disipar muchas dudas.
     El tema de hoy es producto de una inquietud que recientemente me planteó el joven periodista Héctor González Burgos, con quien tuve el honor de cursar materias en la Universidad Católica Cecilio Acosta de Maracaibo, Centro de Apoyo Local Barquisimeto. Héctor es un talentoso y acucioso diarista que va más allá de la simple recolección de datos para la elaboración de una nota informativa. Tiene gran facilidad para la redacción en cualquier faceta; no en vano es jefe de redacción de un importante medio impreso del estado Cojedes. En esas lides se ha topado con casos que lo han conducido a indagar para evitar incorrecciones, como debe ser. Hace poco me consultó sobre si la frase “vaciar la losa” es correcta. Brevemente le di una explicación, y hoy, con su anuencia, la amplío y la hago pública.
     Vaciar la losa, y que me corrijan los ingenieros civiles y arquitectos a los que pueda llegar este comentario, es vaciar el concreto para el piso de las edificaciones, es decir, la losa de cimentación. Visto desde esa perspectiva, muchos dirán que la expresión es impropia, pues lo que se vacía es el concreto, no la losa. Tienen y no tienen razón, y ya verán por qué. Del mismo tenor es el caso de la famosa frase “vaso de agua”, a la que muchos espontáneos del lenguaje le restan validez, pues se basan en que los vasos no están construidos de agua. De eso he hablado en infinidades de veces en esta columna y en talleres sobre lenguaje, y aún persisten las dudas.        
     Vaciar es un verbo polisémico, dado que, por un lado significa “dejar vacío algo”; pero por el otro es: “verter o arrojar el contenido de una vasija u otra cosa”. En el caso de vaciar la losa, indudablemente la acepción que encaja es la de verter o arrojar. Es, como se lo expliqué a Héctor, una forma apocopada, resumida y acortada, de decir “vaciar el concreto para construir la losa”, lo cual supondría el empleo de más palabras, que sería contraproducente si se trata de periodismo institucional, en el que se sugiere brevedad y concisión.
     De modo pues que, no hay impropiedad al decir que en algún momento o en determinado lugar van a “vaciar la losa”. Además, en ella hay una figura retórica llamada metonimia, que permite designar una cosa o idea con el nombre de otra con la cual está relacionada semánticamente y mantiene una relación de contigüidad. Si alguien se toma una copa, se comió dos platos o se fumó una pipa, es fácil entender que todos los ejemplos se refieren al contenido y no al contenedor, a menos que sea algo con intención humorística, como suele ocurrir en los circos.

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